El Satisfyer: clítoris felices y hombres con miedo a extinguirse

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El Satisfyer: clítoris felices y hombres con miedo a extinguirse

Becaria prueba el Satisfyer y estas son sus conclusiones.

Toda la vida «riéndome» de los eyaculadores precoces, para acabar corriéndome en ciento veinte segundos con el Satisfyer. Lo de este cachivache está suponiendo una onda expansiva de emociones en mi vida, pero unas mejores que otras, que tampoco es para fliparse aunque sea lo primero en la vida que me hace llegar al orgasmo teniendo los pies fríos.

Todos hablan de él, pero ninguno tiene ni idea de cómo funciona. Alguno se atreve a criticarlo poniendo boca de pez emulando una succión al revés. En sus cabezas suele ser espectacular, pero están más perdidos que un calvo con una plancha de última generación para alisar el pelo. En realidad, el Satisfyer no succiona, «solamente» estimula el clítoris gracias a un sistema de ondas expansivas y pulsaciones de aire sin necesidad de tocarlo. Hay quien pensará que puede ser magia, casi homeopatía, pero está tecnológicamente testado y funciona. El orgasmo no admite discusión.

Desde el segundo número uno es como si te abdujese un ser cósmico y se hiciera con el control de tu clítoris que a su vez dominas tú, pero hasta cierto punto. Te hace palpitar en tiempo récord incontrolablemente. No hay control mental que valga, porque si no lo apartas, aunque bajes su intensidad en el botoncito de acelerar, ralentizar y frenar, te acabas corriendo más pronto que tarde. Es una cuestión meramente física y el orgasmo está garantizado. Es importante también controlar el botón del aparato como si fuese un apéndice más de tu cuerpo, pues durante el orgasmo, como en cualquier circunstancia con otro vibrador, puede ser insoportable semejante intensidad descompasada, aunque si sabes cómo, está preparado para acompañarte felizmente hasta el final. No apto para cuando buscas evadirte masturbándote, porque no da pie a imaginar y fantasear con nada, te corres rápido y sin pensar aunque hagas esfuerzos por reprimirte y retrasar el clímax. Una gran ventaja o desventaja según el momento y las ganas.

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A ver, para los aterrados por el exterminio del hombre por culpa de la tecnología del correrse autónomamente, hay que aclarar que tampoco nos descubrimos el clítoris ni los vibradores ayer. Esto de estimularse y disfrutarlo va a gustos, no hay dos formas de sentir iguales, y hay quien no soporta el Satisfyer. Personalmente, llevo años atusándome con artefactos casi marcianos y a este, que lleva sus años en el mercado aunque ahora sea mainstream, debo reconocerle ese punto especial. Es el mejor arma no humano que me he echado al clítoris, pero no sé a qué teme ningún tío (y lo digo en masculino porque son quienes se quejan) si de verdad sabe usar la lengua al comer un coño. Las vibraciones de este artefacto son inhumanamente buenas, PERO no sustituyen al calor y humedad de una lengua que sabe cómo desempeñar su trabajo oral. Y no debemos confundir esto con querer compañía sentimental y películas de llorar, el interés es meramente sexual.

Comparándolo con otros estimuladores para el clítoris como el famoso «micrófono vibrador», que sus vibraciones directas pueden llegar a resultar insoportables y además recuerda a un taladro de hacer zanjas en la calle, tanto por el aspecto, ruido como por la sensación, al final apetece más tirarlo por la ventana con el cargador; el Satisfyer te mira con ese ojo de cíclope como esperando que le pongas nombre, lo acaricies y le llames «cariño», pero él sabe que no es más que una relación interesada de vibración y placer sexual. Y con todo esto de centrarnos en nuestro máximo órgano del placer, tampoco hay que amputar de los cerebros la idea de que con la penetración sentimos cosas. Vaya si se sienten, sobre todo cuando también te gusta sentirte bien llena. Pero que no nos quiten estos mandos teledirigidos, maravillosos con sus carencias.

Y disculpen si en algún momento a lo largo de esta lectura se han sentido un poco «hombres objeto» más que social y sexualmente aniquilados como algunos lloran por temor a la pervivencia de su satisfacción. Todo dramatismo es relativo. No hay nada malo. Yo si fuese tío, tendría más miedo a usar mal la lengua que a cualquier amenaza externa diseñada por europeos y fabricada en Taiwán. «Relaja la próstata, Eleuterio», le dije al último damnificado que me increpó por privado en Twitter por publicar sobre este mal llamado succionador. Solo un tío con parálisis en la lengua puede tener miedo al Satisfyer. Hay que ser pelín inútil. Nadie ni nada es perfecto, aunque hasta el momento, esto sea de lo más próximo a parecerlo cuando se trata de tener el clítoris contento.

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